170 metros
Se dice que Goya retiró Los caprichos poco tiempo tras su publicación, no sé si acabaré por hacer lo mismo.
La cuestión es que el planeta está alcanzando (o ya ha alcanzado) el punto de no retorno y el culpable de ello es el sistema productivo del hombre. Y no hablo del ser humano, hablo de varones de clase alta, propietarios de los medios de producción, que han condenado y condenan al resto de la población a leer artículos en los diarios sobre cómo ser más ecológicos mientras sus empresas mantienen sus estructuras de emisión y consumo. Por puntos:
1. No se puede culpar al consumidor de formar parte del sistema. En primer lugar porque el espacio alternativo no es suficientemente amplio (ni atractivo) para acoger a toda la población y en segundo lugar porque las condiciones materiales de los trabajadores nos imposibilitan elegir libremente nuestro modelo de consumo. El esfuerzo de consumo existe y las sólidas estructuras del mercado hacen más fácil y económico el acceso a su oferta.
2. Parece razonable ligar el hambre de la masculinidad (enfermiza) y el ansia de conquista del hombre con la forma en la que se explotan y devoran los recursos naturales. Puedo imaginarme al mismo tipo deseando poseer un mayor harén y mayores reservas de petróleo desde el cómodo sofá de su caro chalet.
3. Dicho chalet será blanco, repleto de vidrio y perfectamente equipado con bombas de calor que suplan su pésimo diseño energético. Además estará, preferiblemente, en un punto privilegiado de la costa y, con suerte, alejado de todo núcleo de población, para poder acudir a él en un flamante deportivo.
Y entonces es cuando el arquitecto de dicha "vivienda", cómplice del crimen medioambiental y con toda seguridad varón, decide realizar un edificio sostenible. ¿Súbito compromiso? ¿Caridad? Aunque ciertas clases son muy adictas a esto último yo me aventuraría a decir que se trata más bien de una conquista más. En algunos casos ha sido el título de arquitecto medioambiental, en otros el de edificio más alto, dominador del golfo.
Nos reímos de vosotros, tristes acomplejados, en cuyos proyectos no se puede vivir sin aire acondicionado. De momento con la ironía, cuando podamos hacer, ya lo haremos con los hechos.
Raúl, gracias por abrazar las contradicciones y las complejidades, pero las hay que no se deberían enseñar en la Escuela.
(La arquitectura del falo: sin faltar, 2019)
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