De la magnitud y lo humano II
(Manzana, 2019)
"Entraron al tren en paralelo, durante el apresurado trasiego que siempre tiene lugar en hora punta. De hecho, dudo que ninguno de los que estábamos allí imagináramos que se conocían, supongo que, de haberse visto, lo disimulaban teatralmente. Ya se sabe: mirar el móvil, el suelo o un repentino interés por observar lo bien terminado o no que está el falso techo.
La cuestión es que se conocían y, estando uno de ellos sentados y tras haberse dado la mano, se produjo un acercamiento, casi reverencial, que en mi imaginación solo podía acabar en un beso. Por desgracia el final fue una de esas loas a la masculinidad viejuna, con golpeo de pecho y sonoras palmaditas en la espalda. Y a Salazar pitándole los oídos."
Pero además de incómodos para abrazarse y poco aptos para propiciar besos de reencuentro los asientos del metro están terriblemente mal por una cuestión de sección. El problema de un vagón es un problema abordado casi como una cuestión de ingeniería: hay que optimizar cantidad de personas y asientos por metros cuadrados. Dicho encaje, como en algunos masterplan, se diseña en planta y la sección es, a lo sumo, un lugar donde ubicar las más o menos escultóricas barras de seguridad. Y es fácil percibirlo porque a la hora de la verdad te sientas y a la altura de los ojos (y en muchos casos de la boca) tienes la fruta de la persona levantada.
Y quizás no es una cuestión de que la altura esté mal. Al fin y al cabo los criterios de normativa y accesibilidad deben prevalecer sobre la incomodidad del sórdido olor genital, pero una vez más se trata de espacio. Unos metros más en la zona común, o un apoyo en ella ya derivan (en planta) el movimiento de la masa fuera de los asientos. Esta solución, adoptada en Barcelona, representada en planta, solo puede darse desde el diseño en sección, desde la percepción humana del espacio.
De poco sirve tener una doble altura si, en el plano de lo humano, no hay un total control sobre qué se tiene cerca. Las nubes están bien, pero ojo con lo que entra por la boca mientras las miramos obnubilados. Y no hablo de moscas.
Comentarios
Publicar un comentario