Arquitectura collage II, la risa
La modernidad líquida, postmodernidad, sociedad capitalista u occidental puede ser tan duramente criticada o tan religiosamente adorada como cada uno desee hacerlo. También al libre albedrío queda la consideración o no de cierto medios como arte, aunque restringir la definición me parece ligeramente pecaminoso. Pero parece innegable que dicha cultura, con su irracional grito a la exploración de lo individual ha permitido la aparición de una maravillosa variedad de medios y formas de expresión. (No menos cierto es que, a su vez, restringe la accesibilidad a la introspección y la creación a quienes están liberados de la inhumana carga productiva que sostiene el sistema, pero reservo ese tema para Marcuse y unas cervezas).
La cuestión es que hay videojuegos (sé que la palabra, horrible, no contribuye a que me creáis) que pueden considerarse arte o, en su defecto, cultura. Si la anterior entrada versaba sobre las personas como influencia de la creación dejemos que en esta ocasión sea dicho medio el que lo haga.
Jugué estas navidades al juego en cuestión. El sistema constructivo, por supuesto, no es estrictamente el mismo, no obstante sabéis que viene al pelo.
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