Arquitectura collage I, el llanto
"Así se hace realidad una idea
Pero las ideas son cosas frágiles
La mayoría no viven mucho tiempo fuera del éter de donde las sacaron, gritando y pataleando
Por eso la gente se junta con otras personas para crear algo
Dos cabezas pueden aumentar las posibilidades de supervivencia de una idea...
...Pero no hay ninguna garantía
En fin, ese día nací yo"
(Saga: Capítulo Uno. VAUGHAN B. K., 2012)
En esa idea de que el arquitecto es lector de su contexto, de que ha de hallar "un lenguaje coherente con el sentido de la realidad" (en palabras de Fernández Alba) muchas veces nos vemos como sociólogos, falsos profetas que analizan la complejidad del contexto y la condensan para elaborar de él una pieza que, además, busca ofrecer una respuesta. No resto importancia a la egolatría de vernos así con respecto al lugar (o al tiempo), el contexto colectivo es uno de los principales, si no el principal, activo en nuestra manera de hacer arquitectura. Pero existe sin duda otro, el individual; o mejor dicho, otros: los individuales.
El del cliente, azuzado por el calor del dinero en las manos, que decide hacerse la versión del siglo XX de un rancho. El del albañil, cuya vista ha empeorado con el tiempo y cree haber ligado todas las armaduras que revisa. O el del arquitecto, cuyo ego le envalentona para hacer de un refugio junto al río un escaparate para las polillas.
Dichas perspectivas tienen algo de humano que me impiden restarle valor, son la verdadera poesía de los proyectos. Y de ellas, la del cliente, morador de la obra arquitectónica, ha de prevalecer. Parece probable que sea necesario ese "paso atrás" que demandaba Venturi para verdaderamente reivindicar la arquitectura. Los proyectos pueden ser una terapia, pueden servir para lanzar nuestro llanto, pero ha de ser inaudible. Y la mejor forma de evitar la arquitectura de autor es rodearse de quienes la hacen de igual manera que uno mismo. Aunque estos fluyan en el tiempo.
Cosernos para que nuestros retales den lugar a un trabajo del contexto y no a un poema de nuestras lágrimas.
"Al tomar el libro añoré la inocencia de su lectura, cómo unos párrafos eran suficientes para abrazar a unos personajes con los que quise viajar durante cada una de las cuatrocientas ochenta y siete páginas. No necesitaba mucho para aceptar sus premisas y tomarlos como referentes, ningún lector primerizo en su sano juicio se cuestiona la idea de héroe o heroína. Al volverlo a dejar, ya con la carta dentro, caí en la cuenta de que aún me sucedía lo mismo cuando conocía a las personas.
Anduve cabizbajo unas calles más, consternado por el trabajo que acababa de realizar y por la ausencia de una segunda opinión; quizás sí había habido otra forma. Llegando ya a la habitación perpetré la segunda estupidez del día y me prometí no volver a hacerlo solo. Vana intención, pues la cooperación es cosa de dos y el compromiso, parece, cosa de idiotas."
(2018)
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