La casa sin salón
(Cooperativa para la tercera edad en Beniopa, Proyecto, Valencia, 2018)
¿Cuando lleves su cadáver a casa, dónde lo apoyarás? Y sin embargo, ¿dónde lo harás cuando se lo sirvas a tus invitados? ¿En qué lugar tomarás, solo, la sopa con los restos del festín?
Hay que hablar de la mesa de la cocina. En realidad, han de hacerlo quienes en ella tengan espacio para poner una. ¿Por qué se llama salón-comedor si comer, migas mediante, solo se hace en Navidad? De hecho, ¿no se come más a menudo en el sofá que en la mesa del salón? ¿Entonces, es una mesa o una tarima sobre la que representar puntualmente cierto teatro? ¿Por qué nuestro comer diario vale menos que la cena de Navidad? ¿Cuál es el sentido de conferir más calidad contextual (luz, vistas, área) a la mesa menos empleada?
Intuyo que es una herencia de la vivienda con servicio, en la cual la mesa de la cocina reunía a quienes, a su vez, servían la del salón-comedor (hay que reconocer el mérito de Downton Abbey en la descripción de dicha dualidad mobiliaria). Desaparecido (en teoría) el servicio, nadie se llevó la segunda mesa.
Así pues, decidimos adoptarla, descubriéndola más útil que la enmantelada: desayunar, comer, cenar, cocinar, conversar, hacer cuentas, llamadas... Y sin embargo, su espacio siguió siendo el rincón residual de la cocina.
En ocasiones, quizás las más, erramos al identificar las virtudes de nuestros proyectos. Realizamos un importante esfuerzo plástico para reivindicar la belleza (del cuerpo en el caso de mis duchas en Beniopa) y sin embargo las mayores reivindicaciones de nuestro proyecto vienen de otros focos (y viene Monteys a explicárnoslo). La casa sin salón porque el salón es el espacio público, o la cama. Porque el espacio de juegos es el corredor, o el vacío tras la puerta. Y la mesa, única, como verdadero salón de la actividad en la casa. Un lugar donde apoyar, destripar y engullir los falsos espacios de congregación.
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