Fotografía: el espacio público
(Museo Magritte, Bruselas, 2018)
Parece que la pregunta que más resuena al hablar sobre el espacio público es aquella que pregunta por sus límites, que ahonda en la línea que separa público y privado y en los matices que producen según el espesor de la misma. Sin embargo, no siempre que entramos a una zona cubierta estamos traspasando necesariamente esa línea. La cuestión en esta fotografía sería más bien ¿cómo nos comportamos en el espacio público cubierto? ¿Actuamos con más delicadeza, con más pudor?
En un principio, parece que sí. Que bien por la amenaza del techo sobre nuestra cabeza, del cerco de las cuatro paredes o por la elegancia del suelo encerado el comportamiento en ese espacio público interior es más comedido. Tiene, en el fondo, cierto matiz casi religioso, como si la obligación de reprimir nuestros instintos al entrar bajo el techo de una iglesia hubiera calado (mediante los golpes propinados durante generaciones en la educación católica) hasta adoptar esa actitud en cualquier espacio público interior.
Esta cuestión sugiere algunas dudas respecto al proyecto actual: ¿se compra igual en un mercado de flores cubierto que en la calle? ¿Actuaríamos igual bajo el solar actual de haber en él un porche? ¿Y si en su lugar hubieran verticales?
Por otro lado, y este es el verdadero motivo por el que pulsé el gatillo, en la instantánea aparecen dos niños que claramente escapan al comportamiento que comentaba. Él, tras una discusión que padecí escuché casualmente, finalmente aceptó que, tal y como afirmaba su hermana, llevaba la camiseta del revés. De haber sido emperador, todos le hubieran dado la razón, aunque no hubieran visto ni el atuendo en cuestión, pero al ser solamente niño, sin título aparente, se resignó a girarla. Mientras, su hermana, en un maravilloso y escénico alarde de pudor aplicó el fantástico si te he visto no me acuerdo.
Esta situación, de escandalizar y escandalizarse, es el otro tema respecto al espacio público que trata la imagen. El espacio público es un espacio de confrontación, es prácticamente la tierra de nadie en una guerra que libramos cada uno de nosotros desde nuestra trinchera de manías, costumbres e ideas. Así pues, es fácil pensar en choques de trenes por temas como la vestimenta, el consumo de alcohol, las terrazas e incluso los lazos amarillos o su retirada. La calle es fruto de esa tensión.
Sobre este último párrafo mi buen amigo Jorge diría que el sentimiento que un lazo amarillo, su retirada, o un cruz gamada, por ejemplo, no despierta sentimientos de escándalo, sin embargo yo si creo que lo que siento es escándalo, vergüenza ajena, al ver que alguien dibuja una esvástica sin ningún tipo de pudor. Quizás otros lo sientan por que se ponen lazos, o porque se los quitan...
Puede ser que otro de los problemas de la mencionada plaza sea que no hay por lo que escandalizarse, no hay por lo que entrar en conflicto. Ha llevado tan al límite la idea de tierra de nadie que no hay verdaderamente nada. Siendo esto así, prácticamente cualquier intervención, cualquier escándalo en la plaza hará de ese lugar más calle, más plaza y, con ello, un lugar más social.
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