Tiempo, me he pasado (el curso)
Aunque ciertamente la forma más corriente de añoranza tiene forma de urna existe otro tipo, más sosegado para mis lacrimales, en el cual el objeto de nostalgia es una realidad inexistente. Añorar no requiere necesariamente de una ausencia sino que basta con una distancia, lo que nadie dijo es que esta tuviera que ser física. Podemos probablemente encontrar en falta una realidad lejana, perteneciente a otra línea temporal en la que no pronunciamos ciertas palabras o nos despedimos debidamente de alguien. Yo mismo, por ejemplo, siempre he añorado el probablemente descartable Big Crunch.
Dicha teoría me produce una tranquilidad racional importante y despliega además todas las realidades, quizás paralelas, en nuestra línea temporal. Para que nos entendamos, si el universo tiende a replegarse alcanzada cierta masa y reinicia el Big Bang en un margen infinito de tiempo tienen lugar todas las variables que podamos imaginar: desde la ausencia de la Tierra hasta una en la que vuelvo a escribir esta oración sin ser yo (aunque, si es todo un calco, ¿cómo puedo afirmar que no seré también yo él? Por si todavía no ha quedado claro, soy "fan" del Big Crunch en tanto que concepción cíclica del tiempo, eterno retorno y por tanto constante simultaneidad de toda realidad. Además quiero confesar que lo del Juicio Final ya en catequesis me sonaba bastante mal, si se nos hace eterno el juicio del Procés imagínate el de toda la humanidad existente y existida, por eso lo de la concepción lineal del tiempo siempre me ha dejado un poco frío. Y más cuando luego promete una vida eterna en el Paraíso, ya me dirás tú qué clase de añoranza es esa.
Si Zaratustra volverá a aparecer para predicar el Übermensch ellos, falsos superhombres empoderados por voluntad del dios Parné, volverán para imponer su forma rígida y su dominio. O quizás, más que volver a hacerlo, lo están haciendo constantemente, eso solo nos lo puede indicar Randoplh Carter, que debió susurrárselo a Proust en el que debió de ser el siseo más bello de la historia de la literatura.
La cuestión es, por decirlo en términos del curso, que convertido en el ángel de la historia de Benjamin, pintado quizás por Klee, percibo tres momentos del ciclo y los reseño consecutivamente, ordenados según un criterio más ideológico que cronológico, pues el tiempo no existe pero sí los hechos.
A la izquierda (no me atrevería a decir "en primer lugar") aparece la estructura primaria, narrada no por casualidad con los colores de mismo nombre. El proyecto es una estructura fija cuyas variaciones contextuales afectan a su forma, la horadan y se solapan con ella, confundiéndose quizás, pasando a formar parte de la "catástrofe única, que acumula sin cesar ruina sobre ruina". En este estado el suelo es blando, permeable (ejem, Salva, ejem), la construcción está cubierta de una manta de loquecrezca. Es el estado origen del proyecto, de las cosas. No hay personas, hay tiempo. ¿Es un futuro deseable o es un pasado consumido por el tiempo destructor? (En realidad, no culpemos al tiempo, ya hemos hablado de que la destrucción tiene género y apellidos).
En el centro se sitúa el pellejo del asunto. Pero antes un breve aparte.
Muchas veces vemos proyectos en la Escuela que dicen querer adaptarse al tiempo, a la evolución de la demanda, etc. Nosotros mismos hemos proyectado así por encargo. Dichos proyectos acaban siendo de un reduccionismo desacreditador en el cual se preveen soluciones del tipo "esto se moverá acá, esto se convierte en mesa y aquello en huevo". La culpa es de una lectura insuficiente del Team X, de unos profesores que por algún motivo nos lo compran, y de que el propio Team X no llegó a resolver el problema. Ya lo dice Rowe, el Orfanato jamás ha sido bien ninguna otra cosa. Dicho hedor, que más que del alumno proviene de una teoría idealista que no se ha logrado aplicar a lo construido, empapa todos los proyectos que juegan con el tiempo como una variable lineal requerida de previsión. Por muy van der Rohe que seas no puedes controlar la futura transformación del edificio, te van a poner un piano en la Tugendhat o un tabique de ladrillo en tu edificio de contenedores.
En ese sentido mi proyecto olía mal, sentenciar al turismo del hito y al coche como villanos hacía previsible el panel mientras que desarticulaba el componente irónico del ejercicio. Más que una pícara sorna sobre la ciudad (como sí lo es nuestra torre) el proyecto era una fábula aleccionadora sobre el verde y a qué aspirar. La respuesta, para más inri mitómano, era que a mi estructura. En fin, un desastre.
La inversión del orden (de coche/busto, cocina/pellejo, jardín a primario, intervenido, ocupado) sigue siendo ciertamente moral (como ya veremos), pero será la observación crítica del lector el que, comparando por sí mismo, realice la crítica. Por supuesto la confianza en la estructura se mantiene, encarna ahora al conjunto del planeta, pero me distancio del ansia de control que produce la mencionada pestilencia. El edificio es el símbolo de los cambios que produce el hombre (juzguen ustedes si es o no degradación) pero no aspira ser inmutable o reglado en sus cambios. Si le hace falta un agujero se lo realiza, no se tiene como un cuadro cuyos últimos trazos ya están dados. Jamás se barnizará.
Retomando la banda narrada (pues así se mostrarán los lapsos de tiempo puro) el edificio varía. La actividad humana acota el espacio, establece en él unas zonas y límites, explota los recursos de los que dispone el espacio y añade una arquitectura ligera, endeble y poco perdurable. Ha llegado el pellejo. Pero tiene también necesidades, la función conlleva responsabilidad y esta, a su vez, una irremediable necesidad de huída. Esto se logra mediante la ironía, se acepta el tipo pero de aquella manera. La puerta de los apartamentos turísticos, por si no sabes leer simultáneamente sección y planta, es ciega.
En primer lugar, o en último, ya no sé, se halla el edificio conquistado. Las intervenciones son más palpables, independientemente de su validez. Se necesita ventilar sin expulsar el aire contaminado a la estrecha calle, se requiere de una adecuación al lugar (no por sensibilidad con este sino por "la homogeneidad del conjunto"). Se hace seria la ironía. Como ya había anunciado, ante vosotros están los recortes del tiempo. ¿En cuál estamos? Cada uno en uno. ¿Cuál es el futuro, hacia cuál tendemos?
No sé si se puede hablar de degradación, pero de ser así la estructura primaria ha dejado lugar a una suma cero. En mi opinión, a un insípido negro que, quizás, es a su vez el punto de partida para alcanzar lo primario. El resumen de todo es una magdalena.
"El «tiempo puro» de la narración ficcional, mezclado en una compleja ecuación narrativa con el «tiempo destructor» de un Marcel Proust que agoniza y escribe perseguido por la certeza de su mortalidad, hacen que la experiencia puramente estética y sensorial de la magdalena adquiera una densidad llena de referentes reales atravesados por la experiencia profundamente humana del tiempo y su poder deletéreo sobre los hombres, del mismo modo en que el arte da en rescatar y purificar la belleza de la vida cotidiana, pero necesita de esta misma cotidianidad para cubrirse de sentido. En el evento de la magdalena y el té, Proust logra resumir las íntimas contrariedades del objeto estético en su relación con la vida, la muerte y la memoria." (https://es.wikipedia.org/wiki/En_busca_del_tiempo_perdido)
Para que luego se diga que la wikipedia no tiene buen contenido.
Por último, tan interesante es la presentación como el hecho proyectual. Reconozco que ha sido más un encaje que un proyecto. He tirado mano de mi cultura visual para ordenar y compatibilizar mis referentes simultáneamente en tres momentos, abriendo el diseño a la amalgama de soluciones con fines, sinceramente, expresivos. Por supuesto que se puede resolver el vuelo sin los confundibles pilares y bajantes, pero es que los cruciformes de Mies están junto a un descarado HEB. Y todo ello en un un mismo alzado que sucede a la vez, que se lee de derecha a izquierda y de izquierda a derecha, porque en el fondo la existencia de un ciclo implica la supresión del tiempo. Y con ello la finalización del curso. Ya me lo he pasado, esta era la reflexión. Estaré eternamente haciendo una corrección performática (y llena de tacos) en tu clase. Y de una forma distinta por cada vez que pensemos en ella. Y así, aunque el curso acabe, en realidad nunca lo hace, porque no solo las ruinas se agolpan en el pasado, también lo hacen en presente y futuro.
Zenón estaría encantado con este panel.
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